martes, 22 de noviembre de 2016

En espera de un milagro


Basado en Marcos 10. 46-52
Relata por Juan, el discípulo.
   Admiro mucho la habilidad de los ciegos para trasladarse de un lugar a otro, es como si crearan una especie de mapa en su cabeza.
   Pero al parecer en los tiempos bíblicos, un ciego se limitaba simplemente a sentarse y mendigar, no había para ellos algún subsidio estatal o algo por el estilo, y mendigar era la única forma que tenían para sobrevivir, este era el caso de este ciego cuyo nombre no sabemos (pero lo conocemos como Bartimeo, el hijo de Timeo) esa era su vida, sentado junto al camino, sucio y maloliente, viviendo de la misericordia de la gente, tal vez alguno al pasar se dignaba en dirigirle algunas palabras además darle algunas monedas...
   Pero nunca olvidaría aquella persona amigable que un día se le acercó para contarle de Jesús, un viajero incansable que vivía haciendo bienes a los de su clase, ¡no podía creerlo!, este hombre de seguro tenía que ser el Mesías, pero ¿cómo podría encontrarlo?.
   Sólo en esta situación uno cae en cuenta y ve cuan deprimente puede ser conocer algo maravilloso cuando es tan inalcanzable..., ni siquiera podía moverse por las calles de su ciudad con libertad, y mucho menos si la Pascua se acercaba, había gente por doquier y sabía que nada bueno saldría siquiera de intentarlo...
   De pronto oyó que la multitud era mayor que de costumbre, prestó atención para oír mejor, ellos estaban hablando de Jesús, de seguro Jesús estaba allí en medio de ellos, pero no había forma de llegar a él, sólo veía una opción, debía usar algo que sin duda traspasaría la multitud, debía gritar. - ¡Jesús, hijo de David,  ten misericordia de mí! -, de pronto escuchó un repentino "¡Cállate! ¡manténte en tu sitio y no hagas problemas!". Pero no, no podía callar, alguien lo había oído y si su voz era más fuerte, ¿qué impediría que llegara a Jesús? Un nuevo ánimo lo envolvió,  - ¡Jesús, hijo de David,  ten misericordia de mí! ¡Jesús, hijo de David,  ten misericordia de mí! ¡Jesús, hijo de David,  ten misericordia de mí! - no importaban las represiones, Él tenía que escucharlo... entonces las represiones pararon y oyó - ten confianza, levántate, te llama - soltó su capa y quedó semidesnudo mientras una mano amiga lo guiaba a Jesús.
   -¿Qué quieres que te haga?- fue la pregunta que lo cambió todo, lo sabía, ¿acaso no lo había deseado toda su vida? -Maestro, que recobre la vista.- y en medio de la expectación se dejó oír -Vete tu fe te ha salvado-, y fue algo inmediato, todo el paisaje se empezó a dibujar en su mente, formas, colores, abría y cerraba los ojos como si algo maravilloso estuviera pasando, ¡eso era ver!, y allí estaba Jesús, en medio de toda esa gente, no había forma de confundirlo, la mirada amable y compasiva, no era extraño que lo siguiera tanta gente, ¡por fin podía ver!, ¡por fin podía verlo!, no tenía deseos de volver a casa. No era algo que hubiera deseado toda su vida, pero eso parecía, quería estar junto a Jesús, ¡y lo haría!, ¿por qué no? Había pasado toda su vida tirado junto al camino, pero hoy lo sabía, el Mesías estaba allí, y él, no perdería la oportunidad de seguirlo...

  Señor, siempre pensamos en nuestros sueños como algo maravilloso, pero, ¿Quién si no Jesús para realizarlos? Y ¿Qué sentido tienen lejos de Jesús?. Dale hoy el sentido a mi vida, que mis ojos puedan ver a Jesús. Amén.

(Escrito por Seisa de Zambrana)

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